domingo, 24 de enero de 2010

Haití: Una camiseta cubierta de barro y polvo

Artículo publicado el el suplemento ALFAYOMEGA de ABC, el jueves 21 de enero, en la sección "Con ojos de mujer".

Una camiseta cubierta de barro y polvo

Una imagen; un momento en los medios de comunicación de todo el mundo; un instante fugaz transformado en un recuerdo que, probablemente, me acompañará mientras viva. Una camiseta amarilla cubierta de barro y polvo, la absoluta soledad entre el gentío, el cuerpo encogido... El pequeño haitiano de mirada perdida será, para mí, ejemplo, gracias a Dios vivo, de las consecuencias de una tragedia de proporciones inconmensurables.
La semana pasada, el infierno se hizo presente en la tierra. Nunca antes había visto imágenes como las del terremoto que ha destruido, literalmente, una parte de Haití. Los testimonios, que al principio llegaban con cuentagotas desde el pequeño país caribeño, nos han hecho testigos, en la lejanía, de lo que es el dolor en su estado más puro; de la angustia de un pueblo desorientado; de la desesperación de miles de personas, que, como zombies, vagaban sin rumbo por unas calles convertidas, en cuestión de segundos, en polvo y ruina.
Una y mil veces, en estos siete días, me he preguntado qué habrá sido de ese pequeño de camiseta amarilla. Quizá esas almas buenas que proliferan en los momentos más trágicos se hayan hecho cargo de él. A lo mejor, ha tenido suerte, y esa soledad sólo fue parte de un segundo captado por las cámaras de los reporteros. Me anima pensar en ello y me quiero convencer de que así será.
Creo, profundamente, que tanto ante ése como ante otros millones de pequeños haitianos, que han entrado sin previo aviso en nuestros corazones, se abre un futuro esperanzador. En medio del caos, lo presiento; porque la conmoción de esta tragedia ha alcanzado, como nunca, a todos los lugares del planeta. La respuesta de los Gobiernos y organismos internacionales ha sido tan inmediata como impresionante. Pero, señores dirigentes, eso no es un mérito, sino una obligación. Lo que verdaderamente me ha emocionado ha sido el grito unánime de la sociedad civil, un grito que, en todos los idiomas, pide justicia para Haití y clama porque, esta vez, esas promesas de ayuda no se las lleve el viento. Haití debe seguir en los titulares y en las agendas. No puede desaparecer otra vez del mapa con todo por hacer. El pueblo lo pide...
El niño de la camiseta amarilla merece sonreír mientras juega en el patio de una escuela que habrá que construir. El pequeño desamparado necesita un techo seguro bajo el que cobijarse y un hospital en el que le asistan cuando enferme. Y cuando crezca, tendrá el derecho y el deber de trabajar y de llevar una vida feliz con la familia que haya formado...Y en todos esos pasos estará presente Manos Unidas. Porque, cuando muchos se hayan ido, la ONG de la Iglesia católica permanecerá apoyando a los misioneros y organizaciones locales que nos lo soliciten. Igual que hace treinta años. Y es que nuestra conciencia y la gente que ha depositado su confianza en nosotros así nos lo exigen.

Marta Carreño Guerra

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