domingo, 27 de septiembre de 2009

"Me" house, "you" house

No vamos a entrar en la corrección lingüística, porque, si te quieres hacer entender en Wukro, lo mejor es prescindir de la mayoría de las reglas gramaticales. La relación con Yerusalem fue así: un inglés que hubiera espantado a los más (y a los menos) académicos, mucho lenguaje no verbal y una cabeza plagada de hongos, que nos permitió pequeños ratos de intimidad cada tarde.
Yerusalem es una niña muy tímida a la que no es fácil arrancar las palabras. Se agarra con fuerza de la mano y mira intensamente todo lo que le rodea. Yerusalem vive a la sombra de su hermana pequeña, Fiori, que con su simpatía y gracejo se lleva todo y a todos por delante. A Fiori no hace falta insistirle para que te haga una gracia; le sale natural. Ella es así. A Yeru, sí. Siempre en un segundo plano, necesita un empujón para lanzarse a cantar y bailar. Y cuando lo hace, como todos los tímidos, sorprende.
Durante días, vimos a Yerusalem con la cabeza siempre tapada; si no con una capucha, con un pañuelo... Fue su abuela la que nos descubrió lo que ocultaba. Entre las trenzas, el cuero cabelludo albergaba tal cantidad de hongos, que resultaba difícil atisbar un trocito de piel. Al día siguiente, comenzó nuestra estrecha relación. A primera hora de la tarde pedí ayuda a Gebre Silassie, que desde hace años ejerce de peluquero de los niños. Había que rapar a Yeru para empezar con el tratamiento. La falta de luz impidió usar la maquinilla, pero las tijeras son infalibles…
Gebre, a sus diecisiete años, es un chico responsable y concienzudo, que demuestra más madurez que muchos adultos. Durante un buen rato se afanó en cortar con destreza el pelo de la niña, sin que un solo gesto de desagrado asomase a su cara. Yerusalem, que observaba silenciosa cómo sus trenzas caían al suelo, se puso en sus manos y él no traición nuestra confianza. Cortó todo lo que pudo y dejó al aire una “plantación” que hubiera hecho las delicias de cualquier micólogo.

Tus cosas sí que importan

- “Pensé que mi cosas no te importaban”.
Me acaba de enterar, por Nuredin de que hace tiempo que Goytom es su entrenador de fútbol (“El mejor entrenador que se pueda tener”). Lógicamente, no sabía nada. ¿Cómo lo iba a saber si he estado dos años ausente?
Pregunto a Goytom por qué no me lo ha contado, que me siento orgullosa de él, y su respuesta me descoloca. Entonces me planteo qué pensarán estos niños de toda esta gente que de pronto aparecemos en sus vidas, y desaparecemos de la noche a la mañana, para, generalmente, no volver nunca. Llego a pensar que muchos llevarán puesta una coraza que les impida encariñarse demasiado. Porque al final, el único que siempre está ahí es Abba Melaku. El resto, tarde o temprano, nos vamos…
Intento hacerle entender que todo lo que les pasa es importante, que aunque estemos lejos pensamos en ellos constantemente y que esperamos ansiosas el momento de volver a verlos. No sé si le convenzo, pero desde ese día Goytom, mezclando el tigriña con algo de inglés, me cuenta más cosas de su vida de adolescente: de su pasión –el fútbol- , de su colegio y de sus amigos.
Goytom es el segundo de cinco hermanos (hablaremos de todos ellos otro día). Huérfano desde hace cinco años, este adolescente, simpático y reservado, conoce y acepta el papel que un destino desafortunado le reservó dentro de su familia. Goytom tiene unos ojos negros, tan profundos que es imposible asomarse a ellos. Unos ojos que se iluminan, chispeantes, cada vez que sonríe y se ensombrecen, hasta la total oscuridad, cuando recuerda; porque, a pesar de su corta edad, sus memorias no son felices.
Quizá sea el más despegado de sus hermanos, sin ser, ni mucho menos, un rebelde. Tzegaezeab, sólo un año mayor, hace tiempo que asumió el papel de padre. Meseret, de doce años, dentro de poco será la mano femenina de la familia, y los pequeños, Teddi y Jordanos, se dejan querer. Goytom está ahí en medio, en tierra de nadie. Nunca pone en duda la autoridad de su hermano, a quien respeta y admira (“Mi hermano me ha dicho que si me hago rastas, no entro en casa”), pero se ha buscado otras actividades fuera, que requieren mucho de su tiempo.


Tomorrow coffee my house?

Tan sólo llevábamos unas horas en Wukro y nuestra agenda estaba ya plagada de compromisos sociales. Las tres semanas se iban a quedar cortas para atender a todas las invitaciones que recibimos desde el primer momento. Pero nos las apañamos bastante bien para no decepcionar a nadie. Y eso que cada una cerraba sus citas sin saber qué habían hecho las otras. Y como vamos en un pack… la cosa es bastante complicada.
Por la calle, en el patio de la misión, a través de intermediarios… la pregunta a cada momento es inevitable: Tomorrow coffee my house? Y piensas ¡Dios mío, me va a salir la cafeína por las orejas! Pero no, lo único que te sale a borbotones después de cada visita es un sentimiento de enorme agradecimiento por lo que recibes. Por los besos, los abrazos y las confidencias. Por la alegría con la que te acogen y el cariño con el que te despiden.
Las gentes de Wukro, extremadamente hospitalarias, abren enseguida las puertas de sus casas a los farengi (extranjeros) a quienes ofrecen todo lo que tienen. Y lo que tienen, creedme, es bien poco. También los niños, hasta los más pequeños, saben cómo hacerte sentir mejor que en tu propia casa, dentro del paraíso que para ellos son sus humildes viviendas.

martes, 22 de septiembre de 2009

¡Hasta pronto Wukro!

Las despedidas casi siempre son tristes, y aún son más dolorosas si lo que dejas atrás es una realidad que en absoluto tiene que ver la con la tuya; tan lejana en la distancia como cercana en el corazón. Pero tratándose de Wukro, de sus gentes, de Abba Melaku y de todos esos niños que regalan sonrisas y cariño a manos llenas, la palabra adiós no puede ni debe pronunciarse. Adiós sólo podría decirse si la despedida fuera algo definitivo, si el regreso se hiciera imposible o la distancia y la vida nos separasen para siempre. Mientras tanto, para lo único que hay cabida es para un hasta pronto. Y hasta que llegue el momento del reencuentro, los buenos recuerdos y las imágenes almacenadas en la retina llenarán mis pensamientos cada día. Porque así lo he prometido y así debo cumplirlo.
El Gobierno etíope se ampara en la falta de lluvia para justificar los cortes de luz que han tenido lugar en días alternos durante las tres semanas que hemos estado en Wukro. A pesar de intentarlo, el acceso a Internet ha sido casi imposible, pero no quiero dejar de contar las historias de la gente que tanto me importan. Los relatos son una pequeña colección de historias de un día a día inimaginable para muchos de nosotros y una manera de cumplir la promesa del recuerdo diario. Algunos están ya escritos y otros pergeñados, así que, si la técnica no lo impide, intentaré acercaros la realidad de Wukro. Gracias por vuestra paciencia

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Ayer soñé con España

Abba Melaku, ¿sabes que ayer soñé con España?

Ayer, a eso de las nueve, como cada noche, el padre Àngel visita algunas de las casa de los niños acogidos en el Programa de Huérfanos, que dirige desde hace más de una década. El privilegio de acompañarle esta vez, fue nuestro. Saba, la niña de los grandes ojos negros, ejerce de anfitriona mientras, Sammy, el más pequeño, duerme profundamente sobre la cama que comparten los hermanos.

Momentos después la pequeña habitación está tan llena de niños gritando al unísono, que tememos por el sueño de Sammy. Pero no, el pequeño de la casa duerme tan profundamente que ni se inmuta con la infinidad de perrerías a las que le someten sus amigos.

Abba Melaku parece uno más sentado sobre la cama que queda libre. Fiori, una pequeña de seis años, tan viva que resulta agotadora, se acomoda en sus piernas y le acaricia, mientra le cuenta con una vocecita, tan dulce que parece música, las miles de historias de su día. El resto, menos rápidos, han perdido el sitio privilegiado y se pegan como chicles a sus amigas de España. Y empieza el ritual de abrazos, achuchones, besos, caricias, cosquillas… Y, cómo no podía faltar, la sesión de peluquería (una tortura de tirones de pelo a la que las niñas, autodidactas en el arte del peinado, someten a las más incautas). Porque, si algo les sobra a los niños de Wukro, es cariño. Y lo demuestran constantemente, a manos tan llenas como sucias…

La voz de Muliena suena clara. A su lado, su hermana Muliet corrobora, asintiendo a lo que dice:

- Abba Melaku ¿sabes que ayer soñé con España?
- Ah si, ¿y cómo era?
- Muy bonita. Y había muuuuucha comida. Pan; había mucho pan. Y si abrías el grifo, salía agua…
El sueño de Muliena termina ahí. Casualmente, el resto, que ni remotamente saben dónde está España, pero parecen conocerlo todo, aportan múltiples matices, que enriquecen grandemente nuestra gastronomía: había injera –el pan básico en la alimentación etíope-, macarrones, ensalada fresca, miel… Y alguna boca empieza a hacerse agua…

Tras tan sabrosa cena "española", salimos de la casa, a oscuras, con el estómago lleno y una enorme sensación de felicidad.