domingo, 27 de septiembre de 2009

Tus cosas sí que importan

- “Pensé que mi cosas no te importaban”.
Me acaba de enterar, por Nuredin de que hace tiempo que Goytom es su entrenador de fútbol (“El mejor entrenador que se pueda tener”). Lógicamente, no sabía nada. ¿Cómo lo iba a saber si he estado dos años ausente?
Pregunto a Goytom por qué no me lo ha contado, que me siento orgullosa de él, y su respuesta me descoloca. Entonces me planteo qué pensarán estos niños de toda esta gente que de pronto aparecemos en sus vidas, y desaparecemos de la noche a la mañana, para, generalmente, no volver nunca. Llego a pensar que muchos llevarán puesta una coraza que les impida encariñarse demasiado. Porque al final, el único que siempre está ahí es Abba Melaku. El resto, tarde o temprano, nos vamos…
Intento hacerle entender que todo lo que les pasa es importante, que aunque estemos lejos pensamos en ellos constantemente y que esperamos ansiosas el momento de volver a verlos. No sé si le convenzo, pero desde ese día Goytom, mezclando el tigriña con algo de inglés, me cuenta más cosas de su vida de adolescente: de su pasión –el fútbol- , de su colegio y de sus amigos.
Goytom es el segundo de cinco hermanos (hablaremos de todos ellos otro día). Huérfano desde hace cinco años, este adolescente, simpático y reservado, conoce y acepta el papel que un destino desafortunado le reservó dentro de su familia. Goytom tiene unos ojos negros, tan profundos que es imposible asomarse a ellos. Unos ojos que se iluminan, chispeantes, cada vez que sonríe y se ensombrecen, hasta la total oscuridad, cuando recuerda; porque, a pesar de su corta edad, sus memorias no son felices.
Quizá sea el más despegado de sus hermanos, sin ser, ni mucho menos, un rebelde. Tzegaezeab, sólo un año mayor, hace tiempo que asumió el papel de padre. Meseret, de doce años, dentro de poco será la mano femenina de la familia, y los pequeños, Teddi y Jordanos, se dejan querer. Goytom está ahí en medio, en tierra de nadie. Nunca pone en duda la autoridad de su hermano, a quien respeta y admira (“Mi hermano me ha dicho que si me hago rastas, no entro en casa”), pero se ha buscado otras actividades fuera, que requieren mucho de su tiempo.


En su casa, dentro de un baúl cubierto de adornos (botes de cosméticos vacíos que Meseret, la mayor de las niñas, apila ordenadamente un equilibrio más que precario) los hermanos conservan como un tesoro unas pocas fotos, tomadas hace unos años, en las que posan sonrientes con su madre, a quien la enfermedad tenía ya postrada en la cama. Goytom la muestra con veneración. Tumbado sobre la cama que comparte con Tzegaetzab, enseña su secreto y con una delicadeza impropia de un chico de su edad, acaricia con el dedo la imagen de la madre. Sé que hace unos años no lo hubiera hecho… pero parece que le ha alegrado volvernos a ver.

2 comentarios:

Raquel 10 dijo...

Mil GRACIAS, Martita por la historia de Goytom, y yo que creía que sólo era difícil hablar con los adolescentes que lo tienen TODO !!!. También creía que sólo me hacía llorar !El Almendro" con sus anuncios navideños. Cada vez que te leo, algo aprendo, besos para mi profe favorita.

Anónimo dijo...

NO CAMBIES NUNCA!!!!