miércoles, 24 de noviembre de 2010

Nicaragua: infancia maltratada


El sábado 20 de noviembre
se celebró en todo el mundo el Día Internacional del Niño. Este es un buen motivo para recordar que, a pesar de que, teóricamante, la infancia goza de leyes especiales que la protegen no hace falta ir demasiado lejos, quizá tan solo con dar la vuelta a la esquina, para encontrarnos con los derechos de los niños violados ante la pasividad y, a veces, la connivencia de las autoridades y de la propia sociedad.

Las millones de niños pobres y hambrientos; los marginados y explotados; los enfermos sin asistencia; los que mueren por causas prevenibles y tratables; los que viven en la calle; los que trabajan; los que juegan a ser soldados en ejércitos de adultos; los prostituidos, los desplazados de sus hogares, los refugiados… nos indican que, las cosas están fallando. Y los culpables, claramente, no son los niños.
Quiero compartir con vostros un experiencia que viví en la ciudad de Granada, en Nicaragua, que me permitió conocer muy de cerca lo que verdaderamente es la infancia maltratada. 
    

Las historias de estos niños de Nicaragua, podrían repetirse en cualquier país del mundo.

Decía el escritor británico Gilbert K. Chesterton que lo maravilloso de la infancia es que “cualquier cosa en ella es maravillosa”. Al entrar en el Centro Jesús Amigo, situado en el la calle El Caimito de la ciudad nicaragüense de Granada, nada parece indicar que esta máxima no sea del todo cierta, pero bastan unos minutos para que la sentencia pierda todo su optimismo.


Al cruzar la verja pintada de blanco encontramos un jardín algo descuidado en el que un nutrido grupo de niños y jóvenes se divierten jugando un partido de béisbol, deporte nacional en Nicaragua. El encuentro está transcurriendo con normalidad; entre gritos y risas unos golpean mejor, otros corren más rápido y algunos… algunos parecen ausentes, ni están en el partido ni parecen estar en nada concreto. Miran sin mirar o ríen sin cesar, todo sin motivo aparente.


Hay pocas niñas, dos o tres. Realmente son tres, aunque una de ellas bien podría pasar por un chaval. Su apariencia descuidada y masculina es una manera de defensa. Dos de ellas ya han sido madres y la otra espera un bebé para dentro de unos meses. Todas han corrido la misma suerte: huérfanas o abandonadas por sus familias, viven en las calles de Granada, esperando las ayudas de los turistas que se dejan caer por la bonita ciudad de Nicaragua que, además de albergar imponentes iglesias, numerosos establecimientos hoteleros, y cuidados parques y jardines, da cobijo a decenas de niños de la calle, aferrados a su tabla de salvación: el inefable bote de cola. Los llaman los “huele-pega”.


El Centro Jesús Amigo es el único lugar donde estos niños reciben cuidados y cariño. El personal docente, dotado de una increíble paciencia, trabaja duramente para conseguir, paso a paso, la reinserción de estos pequeños en una sociedad que los rechaza. La misión es ardua y los resultados escasos. Además de la higiene (lavarse nada más llegar es un requisito para entrar), los chicos han de respetar ciertas normas de convivencia, atender a los educadores e intentar llevar a cabo actividades y talleres formativos. Los jóvenes cuentan con atención psicológica y hacen tres comidas. Todo esto, el día que van, porque la asistencia no es obligatoria.


En el centro conocemos también a Marlon, a Ernesto, a Manuel, a Pedro, Antonio, a Alex… Todos ellos víctimas del abandono, de todo tipo de abusos, de una sociedad que los rechaza y de los daños cerebrales derivados de su adicción. Marlon, de unos 17 ó 18 años, tiene problemas de convivencia y casi no se relaciona con sus compañeros. No entiende por qué se ha quedado sólo, aunque si ha comprendido que el pegamento es dañino. Ya no lo esnifa y se refugia en su cuaderno amarillo donde dibuja sin cesar con un estilo manga que, extrañamente, dice no conocer.


También están los gemelos. Ellos por lo menos no están solos. Se cuidan mutuamente y no se separan para nada. Por si acaso… Y Manuel, que es algo mayor que el resto, aunque su cerebro está ya tan dañado que podría compararse con un niño de 10 ó 12 años. Manuel es padre de familia. Y Alex, que fabrica animalitos (siempre se le ve tambaleándose con el mismo saltamontes gigante en la mano) y que sueña con viajar a Matagalpa donde, según él, viven su hermana y su tía.


También Jimmy, Juan Carlos, Dania, Victoria, Manuel, todos hermanos,… que no duermen en la calle sino en casa con su madre, el padrastro de turno, y los hermanos pequeños que no pueden salir a vender. Por ahora no necesitan acudir al centro Jesús Amigo. Todavía van al colegio, pero sus horas libres las pasan en la calle con sus cestos de golosinas y tabaco… ante la mirada indiferente de la gente.

El Centro Jesús Amigo forma parte de los programas que Cáritas Granada lleva a cabo entre los más desfavorecidos de la zona, sobre todo mujeres y jóvenes. Manos Unidas apoya sin fisuras estos programas, en su mayoría formativos, en el que trabajan psicólogos y formadores voluntarios, que orientan y apoyan a los jóvenes con formación en talleres y actividades que puedan revertir en su desarrollo socioeconómico.
El centro, además, les provee con manutención, servicios de higiene básica y asesoría.

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