lunes, 27 de agosto de 2012

Deporte en África: ¿sueños de evasión?


¿Por qué no soñar con sus ídolos? Foto: Marta Carreño/Senegal
Año tras año, en cada acontecimiento deportivo, los países de África van sumando deportistas a lo más alto de la élite mundial. Con cada hazaña, despiertan las esperanzas e ilusiones de mucho jóvenes deseosos de emular a sus ídolos. Cada uno de los triunfos de los grandes del deporte es un estímulo para sus compatriotas y el inicio de un sueño que puede terminar victorioso o ahogado por las dificultades, como el de Samia Yusuf.    

Samia Yusuf… ¿quién, más allá de sus familiares y allegados, recordaba haber oído hablar de ella alguna vez? ¿Quién asociaba ese nombre al de la jovencita somalí de 17 años que, en los Juegos Olímpicos de Pekín, en la carrera de 200 metros, cruzó en última posición la línea de meta al calor de un público entregado? ¿Y quién la ha echado de menos en los Juegos de Londres, recién terminados?

No creo que antes de conocer por los medios de comunicación su triste final, muchos supieran su nombre o su hazaña, porque así pueden calificarse los logros de esta deportista africana. Y menos aún que nunca se hubieran imaginado la impresionante historia de superación que fue su vida de atleta allá en Somalia, un país en el que la mujer puede llegar a ser incluso menos que un cero a la izquierda.

Sami Yusuf murió ahogada en abril, mientras intentaba alcanzar a bordo de una patera el objetivo de su vida: convertirse en Italia en una atleta de élite; dejar atrás una vida de miseria, de guerra y opresión. Quizá, durante la travesía soñó con devolver, a base de éxitos, todos los esfuerzos que su madre y su familia habían hecho para hacer realidad sus ilusiones.

Durante estos días he leído mucho sobre ella. Me han emocionado especialmente las palabras que Ana Alfageme le ha dedicado en su blog "Mujeres", y he recordado, también a todos esos niños y jóvenes que a lo largo de estos años he ido conociendo en África, que como Samia, muchas veces de manera casi inconsciente, han convertido el deporte en una vía de escape de su difícil existencia.

En la playa de Cap Skirring. Foto: Marta Carreño en Senegal
Los he visto correr, casi cuando todavía no ha salido el sol, por las playas de Senegal. Y volver a hacerlo al anochecer. Día tras día. Y jugar al fútbol en Uganda, en unos campos tan llenos de agujeros que hacían que llegar a la meta contraria sin besar antes el suelo fuera toda una proeza. 

Y en Etiopía, cuna de grandes atletas, he sido testigo cómo los más jóvenes se esfuerzan por emular las hazañas de sus grandes héroes deportivos: Haile Gebreselasie, Dejen Gebremeskel, Tirunesh Dibaba o Meseret Defar, entre otros. Figuras nacionales que hacen crecer el orgullo del ya de por sí orgulloso pueblo etíope.

Un día cualquiera, en Addis Abeba, la plaza Meskel, esa especie de anfiteatro del más puro estilo soviético, otrora símbolo del régimen comunista de Mengistu, puede reunir a centenares de corredores, muchos de ellos simples aficionados, y otros muchos que, en cada zancada, ponen una ilusión. Hombres y mujeres que corren en pos de un sueño; sabe Dios cuál, pero al fin y al cabo, sueño.

Tampoco la zona rural está falta de atletas, que sustituyen las pistas semiasfaltadas de la capital por caminos pedregosos. Recuerdo especialmente el esfuerzo diario de un grupo de jóvenes corredoras de la localidad de Wukro, en la montañosa región del Tigray. Cada mañana saltaban de la cama a las cinco, se calzaban sus agujereadas deportivas y salían a correr, durante horas, monte arriba. Con los años, muchas han cambiado el deporte por los hijos o un trabajo precario. Pero otras han seguido adelante, y compiten ya en citas internacionales.  

No le va muy a la zaga el ciclismo, que encuentra en la complicada orografía etíope un buen aliado para el entrenamiento. Sobra decir que las condiciones a la hora de entrenar distan mucho de las que pudieran tener otras deportistas, sobre todo en Occidente, pero en cuestión de ganas e ilusión no sabría hacia qué lado se inclinaría la balanza. 

Calentamiento del equipo. Foto: Marta Carreño
en Wukro (Etiopía)
También en Wukro juegan al futbol. Hace un par de años, dediqué un rato cada tarde a intentar mejorar el nivel de inglés de un grupo de jóvenes y adolescentes de St, Mary, todos ellos deportistas, la mayoría miembros del mismo equipo de fútbol. Su entusiasmo no iba parejo a sus resultados. Eran francamente malos. A pesar de todo, muchos, entre ellos Abba Melaku, éramos fans incondicionales de un equipo, que si hubiera jugado con el mismo estilo y compenetración que ponían en los minutos de calentamiento, habría llegado muy muy lejos. “Nuestros chicos han vuelto a ganar esta semana, a pesar de que el equipo contrario ha metido más goles”, me decía Ángel Olaran aquel invierno, cuando le preguntaba por ellos.

Por eso, porque realmente todos esos chicos son ganadores, son ya muchas personas y las organizaciones, grandes y pequeñas, que han visto la gran importancia que tiene el deporte para el desarrollo, para luchar contra la violencia, para ofrecer a los más jóvenes alternativas a la vida en la calle, para inculcar el espíritu del esfuerzo y del equipo o para poner en el mapa a sus países.    


Azieb, siempre con su bicicleta.
Foto: Marta Carreño en Wukro (Etiopía)
Hace tiempo una persona, que quizá por ignorancia, me preguntó por qué hay que gastar el dinero en comprar equipaciones (¿de verdad existe esta palabra?) deportivas, en este caso se refería a una bicicleta, a los niños de Wukro: entonces, igual que hoy, solo pude contestar que con esa bicicleta se compraba también la posibilidad de soñar de esos pequeños… 

El continente africano es ya una potencia mundial en ciertas disciplinas deportivas. Millones de personas son capaces de olvidar por un rato sus penalidades para vibrar con las victorias deportivas de sus compatriotas. También millones de niños y niñas se ilusionan con llegar un día a elevar los brazos al cielo. Como los más grandes.

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